CENTROS CULTURALES: PROBLEMAS CENTRALES

Un centro cultural es más que un espacio donde se programan distintos tipos de actividades artísticas y, por cierto, mucho más que un pedazo de infraestructura en una ciudad con más de 50 mil habitantes. Un centro cultural es un espacio abierto y por ende una instancia de participación ciudadana, un lugar de intercambio, una instancia de democratización cultural a través de la promoción del acceso y por último, una posibilidad única de desarrollo para la comunidad artística.

Pero seguro que todo esto lo hemos escuchado una y otra vez. Siempre son las mismas palabras las que tienden a adornar la justificación de un espacio dedicado a las artes y la cultura, donde se hace hincapié en la importancia que este tipo de actividades tienen para una población en específico y para la “sociedad” en general. Está en boga hablar de “participación”, “formación de audiencias”, “impacto” pero poco se escucha de modelos económicos, planes de marketing, programas educativos, sustentabilidad a largo plazo y estrategias de programación en torno a calidad artística.

Sin duda alguna los centros culturales deben existir. Sin duda alguna también, los beneficios tras su creación son diversos y fácilmente cuantificables (aunque no tan “cuali-ficables”). Sin embargo, me parece interesante poder hacer una reflexión a partir de lo que estos espacios NO deben ser. Aunque es una falacia evidente llegar a pensar que las cosas pueden ser definidas a partir de lo que “no son”, de todos modos he querido hacer hoy este ejercicio. Sin embargo,vale recordar que un centro cultural, por cualquiera que sea, es finalmente definido por su programación, por el tipo de servicios que presta a una comunidad determinada, por la capacidad que tenga de mantenerse como un espacio “activo” y accesible pero por sobre todo por la estrategia que cree con el fin de auto – mantenerse. Pero, como el juego parece ser un ejercicio interesante, podemos entrar en una serie de atributos y situaciones que estos espacios deben evitar a toda costa. Digamos entonces que un centro cultural, NO debe:

Pretender identificar a una comunidad, si no más bien definirse a partir de ésta. Los centros culturales no son estructuras aisladas e independientes que se puedan ir construyendo en distintos lugares al igual que se posicionan las fichas del metrópoli en el tablero del juego. Los centros culturales responden a las necesidades de una territorialidad específica y, por lo mismo, tanto su infraestructura como su plan de gestión y desarrollo deben partir de una manera inclusiva en donde se recojan las inquietudes de aquellos que efectivamente utilizarán el espacio. Es así como se debe establecer una triangulación entre la institución, los artistas y las audiencias, la cual suena aparentemente evidente pero sin embargo tiende a veces a fallar en la práctica.

En el caso de los nuevos centros culturales, parte de uno de los proyectos más emblemáticos del bicentenario en cuanto infraestructura cultural en Chile, existe una total claridad de esta visión. Es por esto que no sólo se realizaron estudios previos a la planificación de estos centros, sino que además cada comunidad estuvo encargada de proponer su propio plan de gestión. Por supuesto que esto nos enfrenta con otros desafíos tales como tener que elaborar planes y programas de forma a priori a su real ejecución, muchas veces sin tener otros modelos dentro del mismo territorio para comparar o simplemente para buscar una alternativa a éstos. También caemos muchas veces en dar por hecho que los estudios de audiencia son capaces de entregarnos algo más que referencias demográficas, estadísticas o muestras específicas de cómo se ha comportado el público en el pasado, pero no necesariamente cómo lo hará en el futuro. Aún así, muchos de estos parámetros pueden servir como puntapié inicial para dar forma a estos espacios de interacción.

Entender la interdisciplinariedad como un espacio donde conviven diversas manifestaciones. La imagen de un espacio híbrido no está dado por poner las artes una al lado de la otra. Eso es la mera la co-existencia pero no necesariamente la interdisciplinariedad (o mejor aún la transdisciplinariedad) entre las artes. Las iniciativas de un centro cultural deben tender no solamente a una programación diversa y que dé cuenta de variadas manifestaciones artísticas tanto en forma como en contenido, si no que también debe existir la posibilidad de generar un cruce entre todas estas disciplinas. Por supuesto que no estamos hablando de hacer puestas en escenas conjuntas (aunque quizás no sería una mala idea tampoco), si no que estamos contemplando estrategias que, desde la gestión, acompañen a una promoción agresiva, fomenten las instancias de diálogos donde se muestren sus diferencias y similitudes, permitan diversificar audiencias y mejor aún capitalizar sobre la idea del omnívoro cultural (aunque en realidad no hay certeza que exista un mayor cruce de públicos entre una disciplina y la otra).

Medir impacto sólo a través de la asistencia y desaprovechar los argumentos económicos. Un centro cultural beneficia directamente a los artistas, a los asistentes pero también a aquellos que nunca pondrán un pié dentro de él. En primer lugar, el posicionamiento de un espacio dedicado a la cultura aumenta exponencialmente la plusvalía del barrio donde éste se inserte. Evidentemente al existir un espacio de congregación cívica, de a poco va aumentando la accesibilidad a los medios de transporte, la afluencia de público, la revitalización de los barrios y la reactivación de la economía (lamentablemente podría llegar a ser muy similar a las ventajas de tener un mall). Un centro cultural es, al fin y al cabo, un espacio de comercialización de bienes en cuanto hay venta de entradas, impuestos, creación de empleos, comercio relacionado y por ende una potencial fuente de ingresos para la comuna. Es importante, sobre todo en estos momentos donde al parecer el arte se ha visto obligado a defender sus presupuestos, dar a entender que la creación artística finalmente funciona con las mismas dinámicas que cualquier otra “empresa”, al menos en términos de financiamiento.

Confundir el marketing con la difusión. Tendemos erróneamente muchas veces a pensar que el marketing de nuestros eventos o espacios consiste en una “caluga” en el diario de mayor circulación, ojalá una entrevista en algún medio a cambio de regalar unas entradas, pegar un centenar de afiches (en lugares donde por cierto ya hay un centenar de afiches también) y un gran número de flyers a disposición de la gente (sin dejar de lado ahora también una “efectiva” campaña de medios de comunicación social como Facebook). Ese es el plan de difusión de los espacios dedicados a la cultura y las artes. Sin embargo, un plan de marketing incluye mucho más que estas medidas.

Hay que pensar, primero, que no existirá un plan de marketing general para todo lo que el centro tenga para ofrecer. Es innegable pensar que lo que estamos comercializando finalmente es una entrada, un asiento específico a una hora determinada, una experiencia única. A diferencia de otros “productos”, el “producto cultural” es un intangible y, por lo tanto sólo podemos ofrecer el ser parte de algo que en realidad no se puede llevar para la casa. Desde esta visión vendemos una entrada y por lo mismo se asumen estrategias generales de venta y promoción. Pero tenemos también la obligación de verlo desde otro punto de vista. El arte no está regulado por el mercado, está regulado por un producto específico (la idea del product-driven marketing) y a fin de cuentas por la unicidad de éste. Cuando vendemos una entrada, vendemos la entrada para “algo en particular” y por lo tanto, cada evento que se programe debe tener una forma única e irrepetible en cuanto a su estrategia de distribución.

Pensar en la cantidad por sobre la calidad. Siguiendo esta misma idea de unicidad y marketing, a la larga hay una cosa que siempre será atractiva: la calidad artística. Los grandes espectáculos y la calidad de éstos no sólo aseguran a un público si no que también construyen una relación de confianza entre el Centro Cultural y sus asistentes. Hay una reputación artística detrás de cada institución y es, a través de ésta, cómo se van posicionando los espacios entre la población. Es cierto que, a la larga, un centro cultural tiene la misión de ofrecer diversidad y cantidad suficiente como para incluir a todos quienes quieran acceder a él. Es cierto también que en términos de viabilidad económica mientras más estén siendo utilizados los espacios más provecho se está obteniendo de los recursos y mayores probabilidades de generar una retribución, sin embargo, hay que ser cuidadoso en la selección de programación.

Dentro de un plan de gestión es imprescindible considerar qué se entenderá por calidad artística y cómo se medirán esos parámetros. Hay que tener claridad sobre cuáles son los mecanismos de selección y de qué forma se establece una convocatoria (si es que la hay). Pensar en la programación implica que es necesario también cumplir con ciertas condiciones de infraestructura que fomenten la misión: salas de ensayo, posibles proyectos de residencia, factibilidad en cuanto a recursos técnicos, cantidad y capacitación del personal de apoyo necesario, etc.

Pensar que ser público no es la única forma de participar. Muchas veces al hablar de participación nos imaginamos salas llenas, filas en las boleterías, público, público y más público. Sin embargo un Centro Cultural tiene la obligación de asegurar la participación en distintos niveles que potencien no sólo a los diferentes sectores demográficos de la población si no que también entiendan que no todos los individuos quieren ver arte. La participación, entonces, debe incluir:

Primero, un fuerte componente educativo. Ver arte es participar, y está más que claro que cuanto antes sea nuestra exposición al mundo de las artes más temprano nos fidelizaremos como audiencias. Es por eso que muchos centros incluyen en sus planes educacionales los “proyectos para escolares” que ofrecen visitas guiadas a exposiciones, promociones de grupo a las artes escénica y a veces también material complementario como charlas o guías de estudio. Sin embargo HACER arte es también una manera de participar. Una solución puede incluir talleres a la comunidad, los cuales no sólo abren la posibilidad de asegurar este acceso a las artes en otro campo de acción, si no que también ingresos para el funcionamiento del centro y campo laboral para los artistas interesados en explorar el mundo de la pedagogía.

Segundo, tener espacios donde la comunidad exponga su propio arte. La profesionalización del arte es subjetiva y muchas veces la educación formal no asegura la condición de artista. No por esto vamos a decir que cualquiera que experimente en alguna de estas formas de expresión pueda o deba ser considerado un artista pero, por cierto, todo espacio a la comunidad debe considerar la expresión artística como una forma de participación.

Tercero y último, generar verdadera consciencia en la comunidad sobre la importancia que un centro cultural puede tener para la población asegura que también todos se sientan responsables de mantener y financiar este espacio. Un Centro Cultural no es una entidad aislada. Los vínculos con empresas privadas o las donaciones que se puedan recibir de parte de individuos generosos sólo dependerá de la cercanía que la ciudadanía tenga con el espacio en cuestión. Si un empresario ha tenido una experiencia única en el centro cultural (ha ido a ver buenas obras, alguien en su familia ha sido beneficiado con algún programa en particular, etc.), existen más probabilidades de que a futuro sienta deseo de invertir en la programación del Centro o en algún otro proyecto específico. Es importante entonces, crear cierta empatía.  Por otro lado, si el centro es efectivamente un portavoz de la comunidad y logra ser altamente influyente para la población, las estrategias y posibilidades de auspicio crecerán también ya que el centro podrá generar interés sobre su reputación y visibilidad.

Para terminar, lo más importante es que estos Centros Culturales NO deben ser administrados por personas que no tengan experiencia o formación en la materia, NO deben contar con un único recurso de financiamiento, pero por sobre todo NO deben ser edificios vacíos utilizados para cortar cintas y hacer cócteles de inauguraciones pero carentes de rumbo, misión y gestión.

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6 respuestas a “CENTROS CULTURALES: PROBLEMAS CENTRALES”

  1. Sólo podría agregar desde mi experiencia, y será el único comentario que haga, que continuando con el ritmo del artículo, respecto de lo que no debiera ser, he aquí mi aporte.
    No puede ser un espacio intrascendente, debe al menos motivar provocación a los artistas y a la comunidad. No es un espacio vacío y ordenado donde la gente transita pero no vive nada. Creo que podría argumentar más, pero es suficiente así.
    No puede ser un manjar apetecible para las contiendas políticas, porque lo que resulta con unos es un fracaso con otros, esto es muy simple de entender y constatar.
    Es el aporte simple que hago para tu comentario.
    Un gran saludo

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  2. Excelente el post! Muy lúcido el análisis. Me gustaría si pudieras explicar específicamente qué entiendes por conceptos que usas, con los que no todo el mundo está necesariamente familiarizado, como: «transdisciplinariedad» y «omnívoro cultural» (este último puede ser más obvio, pero igual…)
    Buenísimo todo el detalle de la argumentación, se agradece.

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