
De vuelta en Chile por un par se semanas tuve la suerte, no sólo de experimentar la breve pero intensa fiebre mundialera, sino que también de asistir a algunas obras teatrales y otras charlas relacionadas con el mundo de la gestión. Entre ellas, una dictada en la Facultad de Artes de la Pontificia Universidad Católica de Chile por el expositor norteamericano Wayne Lawson, Gestor Cultural y director ejecutivo del Ohio Arts Council en EE.UU, quien, frecuentemente, visita nuestro país para compartir experiencias en torno a su campo de especialización.
Los temas alrededor de su charla fueron, como siempre, motivantes e inspiradores para nuestra aún joven institucionalidad cultural. De cierta forma, en Chile siempre estamos atentos a los modelos internacionales (ya sea el francés, británico, o estadounidense) debido a su larga data de existencia y aparentes buenos resultados. Durante la exposición, Lawson planteó alternativas hacia nuevas formas de gestión frente a los abismantes cambios culturales del siglo XXI. Se nos alentó, entonces, a no pensar más en pequeños “acomodos” o “ajustes” frente a las problemáticas culturales actuales, sino más bien a generar una nueva estructura de pensamiento, un cambio más agresivo y radical. Todo esto enmarcado en una pregunta atingente a nuestros constantes debates frente al desarrollo de audiencia y la accesibilidad a los bienes culturales: ¿Cómo se obtiene un conocimiento sobre el valor público de las artes?
Las artes tienen un valor para la población o comunidad en la cual están insertas, el que trasciende la participación directa como espectador. Con esto, me refiero a que la gente disfruta de las artes – e incluso a veces le gusta ser amigo de un par de artistas – a pesar de no asistir frecuentemente como público. Es bastante común, en conversaciones sociales, escuchar frases como “¡soy un seguidor de la música clásica!” o “siempre quise estudiar teatro, ¡me encanta!”; sin embargo, luego de un rato se agregan frases como “hace años que no voy al teatro” o “es que nunca sé lo que están dando”. Independiente de esta valoración paradójica y emotiva sobre el mundo de las artes, podemos decir que existe, ciertamente también, una valoración económica y de mejoramiento de la calidad de vida de parte de las comunidades que coexisten con instituciones culturales. Los ejemplos son muchos, desde la plusvalía de los barrios donde se han construido museos o centros culturales, hasta la revitalización de nuevas áreas comerciales donde se inserta alguna galería, teatro o sala de cine. Pero, si las artes son tan valiosas para la comunidad, ¿por qué la ciudadanía pareciera ser indiferente a la incierta realidad económica y organizacional de muchas de nuestras instituciones culturales?
Wayne Lawson propuso una imagen para graficar este tema, la que denominó el “triángulo del valor público”. En este triángulo, situó tres componentes que considera fundamentales en la visualización de cómo el público participa valora nuestras instituciones culturales y cómo se lo comunican a legisladores y patrocinadores. Los componentes, LEGISLADORES – ORGANIZACIONES – PÚBLICO, funcionan de la siguiente forma: las organizaciones transmiten una experiencia y un valor (ya sea artístico o social) a la comunidad en la cual están insertas y al público que simplemente asiste como espectador. Luego, este público o comunidad beneficiaria conversa sobre las artes, habla de ellas con sus amigos y vecinos, en definitiva “corre la voz” defendiendo y promoviendo a las artes frente a los legisladores o patrocinadores, haciéndoles ver la importancia y el valor de éstas. Sin negar que esta situación implícitamente ocurra en nuestro país, me parece interesante generar ciertas reflexiones en torno al paradigma planteado.
El mundo de los artistas individuales
La realidad norteamericana está compuesta de organizaciones culturales sin fines de lucro que son catalizadoras del arte y exponentes de nuevas tendencias artísticas. La gran mayoría de los artistas participan de estas organizaciones e incluso son beneficiados directamente a través de ellas. Me explico: el Fondo Nacional para las Artes conocido como National Endowment for the Arts (NEA) no financia directamente a artistas individuales (como sí lo hace FONDART) salvo algunas excepciones en el mundo del Jazz. El NEA abre fondos de cultura de forma anual para instituciones culturales ya sean teatros, museos, centros de investigación, escuelas artísticas, cines, galerías, salas de concierto, etc. Estos fondos son, por supuesto, de diversa índole pero en su mayoría cubren parte de la programación, gastos operacionales y proyectos de expansión de cada una de estas organizaciones. Vale decir que, en cierta forma, los artistas reciben un “re-granting” o un “re-financiamiento” en la medida que son estas organizaciones las que adquieren la figura de “paragua” para el financiamiento de los artistas.
Esto altera, sin duda, nuestro triángulo inicial en varios sentidos. Primero, a modo de defensa y promoción de las artes es mucho más factible aglutinar a la población en pro de ciertas instituciones culturales, centralizando así nuestro poder de valorización en una imagen institucional. Sin embargo, en nuestro paradigma el número de artistas individuales que realizan su trabajo al margen de estas organizaciones es prácticamente incuantificable y las sobrepasa. El público se dispersa entonces en favorecer corrientes artísticas, compañías, o artistas, por sobre una determinada institución.
El segundo problema – tanto de artistas individuales como de organizaciones culturales – es que existe una subvaloración del trabajo en red. Con más de 40 salas de teatro en la Región Metropolitana, aún no existe consenso para establecer estrategias conjuntas de gestión. En parte, la falta de interés está dada porque muchas de ellas se manejan como empresas comerciales y ven entre sus pares sólo cifras y competidores y, aún cuando han existido mociones para esta iniciativa, estas todavía no han prosperado. Entre los actores, por ejemplo, es aún bajo el número de aquellos que se interesa por la sindicalización u otras formas de agrupación colectiva, puesto que muchas veces no ven en ellas un mayor beneficio. La mayor sinergia en el ámbito de las artes escénicas – y aún bastante escueta en su organización, alcance y participación – es la que otorga, una vez al año el evento del Día Nacional del Teatro.
Esta realidad, disgregada y poco colaborativa, genera conflicto en el público general. ¿Cómo le podemos pedir a la población que se organice en pro de defender y promover a las artes si muchas veces no somos capaces de hacerlo nosotros mismos? ¿Cuáles son las herramientas, el plan de acción, el objetivo común que le estamos proponiendo a la ciudadanía como artistas o instituciones?
El valor de la “advocacía”
Hablamos también de valorización pública esperando que ésta genere, como consecuencia lógica, una “defensa y promoción” de las artes de parte de la ciudadanía. Wayne Lawson llamaría a esto formas de “advocacía” acuñando el concepto inglés de “advocacy”. Sin embargo, no tengo la certeza de que la palabra advocacía esté incorporada en nuestro léxico habitual por lo cual utilizaré la “defensa y promoción” como el concepto más pertinente.
La defensa y la promoción de las artes está bastante arraigada en Estados Unidos como una forma válida de participación ciudadana. Existen no sólo organizaciones dedicadas en exclusivo a esto (Americans for the Arts), sino que también mecanismos válidos y concretos para hacerle saber a los legisladores de la importancia y el valor de las artes. Es aquí donde funciona a la perfección la etapa de la triangulación planteada por Lawson que conecta directamente al público con los principales “decision makers” (tomadores de decisión). A modo de ejemplo, una de las campañas más agresivas de defensa y promoción de las artes se está llevando a cabo en estos momentos en el Congreso de EE.UU con el fin de aumentar el presupuesto otorgado al NEA de 165.7 a 180 millones de dólares. Con esta finalidad, los mecanismos planteados van desde instar a la población a hacer llamadas telefónicas y enviar correos directos a los legisladores de sus respectivos estados (correos y llamadas que, por lo demás, cada uno de estos legisladores contesta) hasta contactar a los medios locales y ejercer un voto.
En nuestro caso, las formas de participación existen, sin embargo es necesario generar planes concretos para motivar a la ciudadanía y presentarles también estrategias efectivas que provengan de un grupo organizado de artistas e instituciones. Muchas veces esperamos que los medios de comunicación masiva sean quienes den a conocer nuestras problemáticas y propuestas; sin embargo, una comunidad artística culturalmente activa debe propiciar estas instancias y tiene la obligación de hacerlo en vez de sentarse a esperar o seguir confiando en FONDART para su subsistencia.
Las formas de “correr la voz”
Correr la voz o esperar el valioso “de boca en boca” no es suficiente. Nuestros artistas y organizaciones deben asegurarse de que esto ocurra y tienen la obligación de propiciar estas instancias. Uno de los mayores cambios que las artes enfrentan en el siglo XXI es claramente la tecnología y las generaciones que ya no prescinden del Internet. Muchos ven esto como una amenaza latente – las descargas ilegales, las nuevas formas de entretención que no requieren moverse de la casa, el mundo globalizado que permite expandir los intereses del consumidor. Sin embargo, no hemos aprendido aún a sacar el máximo provecho que esta nueva tecnología nos presenta. Antiguamente, esperábamos que una persona que salía del teatro se juntara con algún amigo y le recomendara la obra, hoy, a segundos de haber terminado la función un posteo en “Twitter” o un estado de “Facebook” nos asegura una recomendación a cientos e incluso miles de espectadores potenciales a menos de un click.
Las nuevas formas de trabajar el “ de boca en boca” nos ofrecen infinitas posibilidades tanto a instituciones como a artistas individuales. El poder de los medios de comunicación está declinando y viéndose reorientado hacia el poder del consumidor, en nuestro caso, el público. El valor público entonces se encuentra no sólo en los comentarios de una comunidad determinada frente a un espectáculo o institución, tampoco en la cantidad de asientos que ocuparon nuestras butacas, éste se encuentra ahora, además, en miles y miles de conexiones virtuales que ocurren cada minuto donde podemos enterarnos de experiencias y críticas ya no sólo de nuestros amigos más cercanos sino también de cualquier tipo de espectador.
Es entonces, en este triangulo propuesto en la charla de Wayne Lawson, donde tenemos la obligación de detenernos a reflexionar. Es urgente para la comunidad de artistas pensar en nuevas formas de recoger y transmitir ese valor intrínseco de las artes hacia el sector público y privado (más ahora que se hace un hincapié en el fomento de un sistema mixto). No podemos seguir esperando que todos los años el Teatro Municipal enfrente alguna crisis y quedar inertes, no debemos permitir que se inauguren valiosos espacios como el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos para que luego no puedan servir a la ciudadanía debido a grandes recortes presupuestarios. En definitiva no debemos dejar de participar de todas y cada una de aquellas instancias que nos permitan dar cuenta de cuál ha sido nuestra valiosa experiencia con las artes y por qué existe un valor en ellas que estamos seguros nos trasciende como individuos.
No sé si el “triángulo del valor público” sea una imagen que equipare con nuestra realidad, pero sí sé que, tal como dijo Wayne Lawson, somos responsables como artistas, gestores, instituciones y público de generar ya no pequeños “ajustes”, sino nuevos cambios radicales en miras al siglo XXI.
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2 respuestas a “EL VALOR PÚBLICO DE LAS ARTES Y UN PÚBLICO POR LAS ARTES.”
quizás debamos sistematizar nuestro propio triángulo virtuoso. en ese contexto hay temas pendientes que atacar: formación de audiencias o mediación cultural para efectivamente realzar el valor de lo cultural. la distribución de los bienes culturales puesto como tema relevante en la cadena de valor, etc.
muy interesantes todas tus reflexiones. muchas gracias por ellas.
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Muy bien, sugerente. Pero, ¿quién dice que Wayne no nos está «vendiendo» el modelo norteamericano? Es muy legítimo, pero que no adorne como algo nuevo.
No es fácil inventar la pólvora.
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