SALAS Y SUBSIDIO: UNA MATERIA URGENTE

ladron
El domingo 19 de octubre nuevamente aparece en el diario la ya recurrente noticia del cierre de una sala de teatro en la RM. Esta vez, es el turno de «Ladrón de Bicicletas», espacio que tras cuatro años de gestión, anuncia el cese de sus actividades en noviembre de este año. Ya no es sorpresa, para muchos de quienes trabajamos en teatro, que las salas se vayan desdibujando del actual circuito hasta desaparecer. Tanto así, que llevar la cuenta actualizada suele ser una tarea prácticamente imposible. La «crisis de las salas» anunciada el 2013 por los medios de prensa parece – desafortunadamente – haber llegado para quedarse.

El medio teatral no ha quedado impávido, y ha encontrado en la colaboración y la agencia de redes de gestión una apuesta para desarrollar estrategias de mediano y largo plazo que apoyen la sustentabilidad del sector. Así, hace exactamente un año se conformó la Red de Salas de Teatro, asociación gremial sin fines de lucro que hoy reúne a 24 salas de Santiago y que lleva como bandera de lucha una única solución a la vertiginosa supervivencia de espacios independientes: el subsidio.

La palabra subsidio, que para muchos pareciera estar arraigada en una interdependencia paternalista con el Estado, es una más de las alternativas existentes de apoyo a las artes; una que que entiende y valora a esta actividad como parte del patrimonio y riqueza cultural de un país. La interconexión natural entre cultura y democracia está dada en la idea de que «una sociedad que apoya a las artes (…) no está comprometida solamente con una actividad filantrópica, como sí, con asegurar las condiciones de su propio florecimiento» (Bradford, G. The Politics of Culture, The New press, 2000). Y pese a que las salas son un eslabón crucial en la cadena productiva y el florecimiento de la actividad teatral (actuando como mediadores entre artistas y públicos, programadores, formadores de nuevas audiencias, plataforma para creadores y festivales, etc.), día a día deben batallar con la supervivencia operacional básica que permita entregar una experiencia digna para los distintos agentes involucrados en el convivio teatral.

¿Por qué las salas de teatro requieren de un subsidio? Para algunos el argumento pasa por la escasa asistencia de público y ergo, los pocos ingresos que se generan. Sin embargo independiente de la gestión de audiencias es preciso recordar que el valor de una entrada vendida muchas veces no se condice con los costos relacionados a la creación. Adicionalmente, por qué no nombrar que, tal como se concluye de la última encuesta de Consumo Cultura y Tiempo Libre (2012),  el 40% del total de los públicos asistentes a espectáculos de artes escénicas en Santiago (sumando teatro familiar y teatro en general) lo hace de manera gratuita.

Un segundo argumento tiene relación con el hecho de que el teatro no constituye industria en nuestro país. Un modelo de financiamiento que implique la búsqueda de recursos privados mediante medidas de incentivo fiscal, se ve dificultado en una actividad que no tiene las características que le permitan el retorno de inversión a aquellos que pudiesen estar interesados en contribuir. Según un estudio desarrollado el 2013, entre 32 salas catastradas sólo el 12% había hecho alguna vez uso de la ley de donaciones culturales. Sumando a eso, para nadie es un misterio que el aporte privado, en general, no busca realizar necesariamente una apuesta por la búsqueda escénica, la experimentación, el teatro de vanguardia o los artistas emergentes, quedando en evidente desventaja precisamente aquellos espacios de programación joven.

Por último, el argumento que a mi juicio pareciera ser el más relevante, es aquel que tiene relación con que el teatro no es una forma artística que pueda mantenerse de su propia actividad.  Existe un problema base con el estancamiento de los niveles de productividad en las artes escénicas, argumento que hace más de 50 años desarrollaron los economistas Bowen y Baumol en su aclamado libro «The Performing Arts: an economic dilemma«. A modo reduccionista (pues el libro original contiene más de 300 páginas), los expertos atribuyen una escasa productividad en las artes escénicas, principalmente porque el trabajo del actor o intérprete (la representación) es el producto en sí mismo a consumir. A diferencia de otros sectores de la economía, en el teatro, el trabajo o la «mano de obra», no es un intermediario entre la materia prima y el producto en sí.

Si pudiésemos poner un ejemplo más claro de esto, podríamos utilizar el mismo ejemplo de los economistas del libro: en la industria automotriz construir un auto hoy resulta más barato y eficiente que hace 100 años atrás. Esto, pues se requiere de menos personal dado a altos avances tecnológicos. Para la actividad teatral, sin embargo, escenificar un Hamlet hoy requiere de los mismos costos que hace 100 años atrás, el mismo elenco, las mismas horas de ensayo, el mismo número de vestuarios. Vemos en este ejemplo entonces, como la productividad en el desarrollo de espectáculos teatrales se mantiene estancada. Sin embargo, y dado a el aumento progresivo en el costo de la vida, en  nuestro caso hipotético hacer Hamlet hoy resultaría evidentemente, cada vez más caro: los sueldos, los costos de operación y gestión de una sala o de una producción artística aumentan paulatinamente con el tiempo. Este incremento no se condice ni con el aumento en el valor de las entradas, ni con el aumento en la cantidad de espectadores asistentes dando, como resultado, un sector cada vez más empobrecido.

Alguien debe asumir el incremento natural de los costos en la actividad teatral. Hoy ese subsidio al teatro (y a los públicos) existe. El subsidio al valor de la entrada, a la creación teatral, al mantenimiento de las salas lo entregan los trabajadores del mundo de la cultura. Lo entregan artistas, gestores, técnicos y productores en el ejercicio de la profesión muchas veces sin salario,  lo entregan las salas con su endeudamiento financiero,  lo entregan los mismos dueños y gestores de espacio con sus inversiones que – posiblemente – nunca recuperarán.

¿Por qué las salas de teatro requieren de un subsidio? La respuesta es fácil y la han dado ya muchos espacios como «Ladrón de Bicicletas», «Alcalá», «Antonio Acevedo Hernández», «La Casa Rodante» y «Galpón 7» entre otros: porque sin subsido, los espacios dedicados al teatro van a desaparecer. 


2 respuestas a “SALAS Y SUBSIDIO: UNA MATERIA URGENTE”

  1. Estoy de acuerdo en que las salas de teatro (así como los centros culturales debieran tener un aporte directo del Estado) deben ser subsidiadas. Y creo que deben serlo (además de las razones que aporta el texto), porque hacen una contribución social asociada a la construcción de un imaginario social que tiene como eje lo identitario. Tienen valor público. El tema es cómo separamos a aquellas iniciativas que efectivamente hacen un aporte en esta dimensión de aquellas que tienen un formato y temáticas más comerciales. Ahí hay un punto.

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